martes, 28 de enero de 2014

La Semana Santa se acerca

Otro año más y se aproxima una Semana Santa más. Ya las cofradías realizan sus preparativos de cara al momento culmen de la Pascua.

Las cuadrillas organizan sus igualás y comienzan los ensayos. Un paseo dominical por el casco histórico nos aproxima a las primeras sensaciones de nuestra semana grande. La cadencia de los tambores, el resuello de los costaleros, las primeras marchas. El resto lo amplifica nuestra mente. El olor a incienso y cera quemada. El calor de los velones. Todo un universo de sensaciones que adorna de modo especial el vínculo y compromiso de Fe con Nuestro Señor.

Y otro año más una parte del mundo cofrade de la ciudad de la ribera del Henares se pregunta qué pasa con nuestra Semana Santa ¿Por qué no termina nunca de despegar?

Mucho se ha escrito acerca de esta cuestión. A modo de resumen baste citar los artículos de José Carlos Canalda o los de José Diego Fagundo en la Tertulia Cofrade La Corriente. El denominador común es una Semana Santa que no responde a las expectativas que genera una ciudad como Alcalá de Henares.

En nuestra opinión la primera pregunta que nos debemos hacer es ¿qué Semana Santa queremos? 

Y en segundo lugar ¿no estaremos intentando construir la casa por el tejado?

La Semana Santa complutense nunca ha tenido una raíz brillante. Más bien modesta. Terminada la guerra civil, el mundo cofrade que había sufrido especialmente los avatares bélicos, comienza a recuperarse lentamente. Primero los Doctrinos y la Soledad, de forma muy tímida. Posteriormente se incorpora el Santo Entierro. Será a partir de 1949 cuando la Semana Santa comienza a consolidarse. 

Desde entonces la historia de la Semana Santa alcalaína ha mantenido una trayectoria lineal. En 1963 se constituye la Junta de cofradías y se organiza la denominada procesión oficial o general. En resumen fue un intento de reorganizar la Semana Santa complutense que acabó limitando la autonomía de las hermandades. A mediados de la década de los 70 el modelo, que creemos que nunca funcionó, sumió en una auténtica crisis a las hermandades alcalaínas. El año 1988 marcará un hito pues la iniciativa del entonces concejal de festejos D. José Macías Soto dará un impulso relevante a nuestra Semana Santa. Aparecen las cofradías de La Columna, los Trabajos y las Angustias. Se recupera la procesión oficial y asistimos a un leve y efímero esplendor.

Efectivamente, efímero esplendor. Quizás no debamos decir que la Semana Santa complutense sufre de crisis cíclicas. Es que siempre fue así. Partimos del hecho de que Alcalá de Henares fue una ciudad cuyo esplendor cultural se fue difuminando en el tiempo para terminar siendo rematada con la marcha de la universidad, el traslado de la sede arzobispal a Madrid y su salida del mapa de capitales de provincia. A pesar de su esplendoroso pasado Alcalá se convirtió en un pueblo más.

La semana santa, pues, nacida con posterioridad a la guerra civil era un reflejo de una población deprimida y venida a menos.

El crecimiento demográfico de la ciudad, su desarrollo económico así como la recuperación de instituciones como la universidad o la sede episcopal han hecho de Alcalá una ciudad importante pero en ciertos aspectos no ha existido evolución: entre otros la semana santa. 

El cronista local, D. Vicente Sánchez Moltó lo describe muy bien en su obra “La Hermandad del Santo entierro y la Semana Santa alcalaína”:

“Será a mediados de la década de los sesenta cuando la crisis comience a hacerse sentir en el desarrollo de la semana santa complutense. Las causas son de muy diversa índole. Entre las comunes a todo el país, el lento, pero incesante, proceso de laicización de la sociedad que hace que los fieles se vayan apartando progresivamente de los dictámenes de las autoridades eclesiásticas. Entre las propias el desencanto de las cofradías y hermandades que ven perder de forma imparable su protagonismo, cada vez más controladas y mediatizadas por la jerarquía local, unido a un indudable anquilosamiento por parte de las hermandades y cofradías veteranas, que hacen muy poco por modificar sus estructuras y que no favorece en nada la incorporación de hermanos jóvenes. Por otra parte, la incesante inmigración, atraída por el crecimiento industrial, no muestra el más mínimo interés por integrarse social y culturalmente en la, por otro lado, excesivamente rígida sociedad complutense.” (págs. 80-81)

No pueden ser más actuales unas palabras escritas hace más de una década y resumir en tan pocas palabras las características elementales de una semana santa complutense sumida en una crisis perenne, de tal modo que no resultaría apropiado hablar de crisis, sino de una situación normalmente deficiente con momentos de brillantez. 

Que el proceso de laicización dificulta el desarrollo de la Semana Santa complutense es un hecho indiscutible pero también lo es que Alcalá, como hemos visto, tenía una Semana Santa acorde al rango heredado de las circunstancias históricas que la empobrecieron. 

No puede decirse que los alcalaínos participaran muy activamente en la Semana Santa, dejando a salvo aquellos que de otra manera participaban en otras actividades católicas. Por ejemplo en el año 1950 el porcentaje de población complutense que pertenecía a una hermandad penitencial calculamos que rondaba el 3,5%. En el año 2010 la estimamos en 2,38%, teniendo en cuenta que posiblemente el punto más bajo fue en el año 1981 en que no llegaba al 1%. Hasta 1991 el crecimiento del número de hermanos era proporcionalmente menor al de la población alcalaína, y posteriormente hasta la actualidad la tendencia se invierte, crece el número de hermanos en proporción superior. Sin embargo en términos globales, en el término de sesenta años, la población de derecho de Alcalá de Henares se multiplica por 10 y el número de cofrades sólo por 6. Estos datos son estimaciones obtenidas a partir del libro de Sánchez Moltó, de la obra de D. Luis García Gutiérrez sobre la cofradía de Medinaceli y de D. Antonio Marchamalo sobre los Doctrinos. No obstante es posible que la participación real fuera inferior. Esto permite inducir que probablemente la participación, en porcentaje sobre el total de población, fuera realmente constante considerando las cofradías penitenciales en su conjunto.

El problema de nuestra semana santa es una sobrevaloración de la ciudad. Este hecho por una parte invita al conformismo de las hermandades decanas pues se sienten grandes como son. Al resto les impide percibir la realidad tal y como es, y les induce a crecer rápidamente olvidándose de los fundamentos. Unos por otros la casa sin barrer.

La solución se encuentra, pues, en las propias hermandades. Ante todo las Hermandades y sus miembros necesitan formación. No sólo cristiana, sino también jurídica y económica. No puede permitirse que a los gobiernos de las hermandades lleguen los más capaces pues nos llevaría a una especie de aristocracia. Pero tampoco puede permitirse que caigan en manos de personas amorales, taimadas o dolosas. Participar en el gobierno de una hermandad es un derecho de todos los cofrades y es misión de la autoridad superior facilitar ese derecho y preservar que se ejerce adecuadamente. Por eso la formación debe ser ante todo permanente. Ello ayudaría a la imagen de las hermandades pues recordemos que el escándalo está en la conducta no en su publicidad.

Las cofradías deben procurar el incremento de sus bases. Es necesario y saludable el relevo generacional en todos los niveles. Debe fomentarse el debate interno y la participación en las instituciones, un relevo horizontal, pues de otro modo las estructuras se anquilosan y las hermandades caen en manos de grupúsculos que tienden a patrimonializar los cargos de gobierno. 

Por otra parte las cofradías deben estar en la calle. Deben salir y presentarse a la ciudadanía. Deben ofrecerse para servir. Las cofradías no pueden ser servicio para ellas mismas. No pueden ser cotos cerrados. Son instrumentos de servicio, evangelización y de caridad.

El obispado, como autoridad superior, debe ordenar y racionalizar la actividad el conjunto de hermandades y velar por el adecuado funcionamiento de estas pero teniendo siempre como referente el respeto a la voluntad de sus miembros así como sus señas de identidad.

Finalmente el ayuntamiento debe limitarse a crear el marco adecuado para que nuestras cofradías penitenciales se desenvuelvan cómodamente absteniéndose de cualquier intervención en las mismas. Los autores citados coinciden en que las subvenciones fueron un espaldarazo al desarrollo de las hermandades en la década de los 90. Cita D. Luis que originariamente las subvenciones fueron de unos 300 euros. Actualmente rondan los 3.000 euros. Una evolución del 900% cuando el IPC desde 1988 sólo ha variado un 130,6%. Lo que supuso una ayuda modesta se ha convertido en una importante fuente de ingresos con las graves consecuencias que ello comporta: las hermandades se acomodan a una fuente regular de recursos financieros y provoca que no se esfuercen por buscar sus propios recursos; dicha dependencia financiera puede condicionar la independencia de sus decisiones acomodándose a los caprichos de la autoridad de turno; la administración a través de las subvenciones les traslada parte de sus riesgos financieros comprometiendo su estabilidad y sus proyectos. Las hermandades tienen que acostumbrarse a generar sus propios recursos que les garantice su independencia. Entendemos que las subvenciones deberían vincularse a proyectos concretos de carácter social de tal modo que el dinero recibido revirtiera a la sociedad. Ello mejoraría la imagen de las cofradías.

En conclusión, resulta necesario poner buenos cimientos en las hermandades. Las decanas lo tienen más difícil pues tienen que luchar con sus propias inercias, las nacidas en los años 90, como La Columna o Los Trabajos tienen su oportunidad en estos momentos de crisis institucional que sufren y las más noveles como la Resurrección o la todavía non nata de El Despojado pueden aprovechar sus inicios para sentar fuertes cimientos.

Alcalá Cofrade

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